miércoles, 12 de julio de 2017

DAIANA HENDERSON (PARANÁ,ENTRE RÍOS,1988)



Voy tranquila
por el camino de tierra
y al algarrobo le agarró
una enfermedad terminal.
Pobre,el virus de los otoños.
Lo acaricio con la mirada
y sigo.

Voy tranquila y el suelo sabe
hacer lo suyo: suuube para que llegue
a ver los tonos de la siembra
y baaaja para estarme adentro
y no tener los ojos de siempre,
el plano en perspectiva
desde el ascensor de vidrio.
Ese almacén me recuerda
que yo pasé acá
varios veranos de mi infancia
y adolescencia jugando al metegol
con los chicos que me gustaban,
porque todavía no salíamos
y no había chat.
Me acuerdo haber estado muchos días
y sobre todo tardes
en que llegaba la noche
y no había miedo,
solo ansiedad por la nueva luz
que era siempre igual
entre los árboles quietos
 de Villa Urquiza.

Voy tranquila
a donde tengo que ir y no me acuerdo
y pienso que habrá partes de mí acá,
que capaz estoy pisando una huella mía
y no sepa,
o de la noche que fuimos a los cementerios
con linternas, tratando de adivinar el suelo
porque no había ni una luz.
La luna no daba abasto.
Probablemente en la ciudad más cercana,
un poeta la estaba consumiendo entera.
Yo no escribía todavía, o sí,
pero como una manera de decir
de otra manera.
Esa noche no llegamos a los cementerios
porque uno de los vecinos
que estaba loco, escuchó los perros
y tiró un tiro. Quiero creer
que al aire.
Para los chicos de Villa Urquiza
no era nada de otro mundo,
por eso nosotras hicimos como que tampoco
y volvimos. Pero ahora

voy tranquila
es de día y el sol
está girando como una tapa,
despliega unos haces que llegan
hasta mí y me cargan como las naranjas.
creo que soy feliz. Después 
sospecho que estoy soñando.
No importa.
Lo bueno es que entonces no estoy yendo
a ningún lado,
puedo seguir caminando sin rumbo.

Y voy
no sé si tranquila,
o triste,
o feliz.


Equilibrio

Papá aflojó los tornillos
para que aprendiera 
 andar sin las rueditas.
Ella me llevó a la vereda de tierra
que rodea al hipódromo,
justo enfrente de casa.
Y cuál es la necesidad
de aprender a sostener
mi cuerpo todo de nuevo.
Le hice prometer que no
me soltaría por nada del mundo;
giraba apenas mi cuello
para ver que ella siguiera ahí,
corriendo justo detrás mío,
agarrándome de la parte baja del asiento.
"Yo no te suelto - me decía -
yo no te suelto",
pero para ese entonces
ya estaba pedaleando sola
y no me daba cuenta
de cómo ella se alejaba de mí,
aún quedándose quieta
entre los troncos viejos y gruesos.
Me enojé tanto cuando me di vuelta
que rechacé ese objeto
a un costado de la vereda
y quise volver a casa.
Ahora voy esquivando colectivos,
haciendo finitos, calculo
el tiempo exacto para pasar en rojo
y no morir en el asfalto,
pero así y todo no voy a reconocerlo.
He decepcionado muchas veces a mi madre
y sé que seguiré haciéndolo.
No hay lugar en el mundo
para dos personas iguales,
ni siquiera lo hay en una casa,
y por eso me fui apenas terminada la escuela.
Pero es necesario para que mamá aprenda.
El equilibrio se fabrica con la distancia,
si nos quedamos quietas
seguramente nos vamos a caer.
Ahora rebobino el cassette
y resulta que soy yo la que se aleja
mientras ella se queda parada,
palideciendo bajo el sol de un domingo.
Pero yo no te suelto, mamá,
yo no te suelto.

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Los chicos nos dejaban de lado 
y se iban a cazar en la camioneta.
Nosotras quedábamos hablando al pedo.
Las anécdotas que traían después eran siempre iguales.
El flaco me contó que una de las noches
vieron dos ojos brillando, Facu apuntó
y le dio a un gatito en medio de la frente.
Fue a verlo, lo mostró levantándolo de la cola
y lo dejó despacio a un lado del camino.
Me dijo que Franco, que es
el más macho de todos, lloró.
No contaron nada, y nosotras
no lo notamos porque en los cuentos
de caza no había ninguna diferencia :
siempre era de noche y hacía frío,
un nudo exagerado en el medio
y un desenlace sin sal.
Pero ahora sé que esa vez
volvían los tres callados  en la camioneta
mientras nosotras nos pintábamos para salir.


del libro Humedal, Ediciones Liliputienses,Isla de San Borondón, España,2014

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