domingo, 23 de octubre de 2011

EDUARDO ESPÓSITO (BUENOS AIRES,1956)

Lecturas


Y esperabas el arribo de a siesta
para leer tu diario en llamas
en la hueca reposera del silencio
Ya callados los pájaros
bajo amenaza el viento
dominando el motín de los sentidos
te ibas fundiendo a la intemperie
y ni siquiera la llegada de la noche
lograba divorciarte del paisaje
Apetencia voraz de tu intelecto
Genio y figura
Así caías de la tinta a la catrera
con la sola gimnasia de unos párpados
obligados penosamente al sueño
Las brasitas del día arrinconadas al fin
y la rumiada pastura de un periódico.
A Olaf Stapledon




Premios y castigos




Voy sacando las plumas del horno
El pollo ha desaparecido
No sé cómo sigue esto
Los vecinos mienten
Esconden sus miserias en latas de paté
Pagamos la luz a cuentagotas
A cambio nos dan luz a goterones


Otro tanto ocurre con el gas
Los vecinos se mienten
Hace calor dicen
Practican zen yoga tai-chi calistenia
pero no hay sudor que dure cien años
el frío es un rayo muerto
los traspasa de los pies a la cabeza

Todos comemos plumas
En la tele abundan las minutas
El aire se hace raro
No sé como sigue esto.


A Eugeni Zamiatin



Cuerpos dispersos



Los muertos tienen sed
Necesitan de lágrimas para humectar su inexistencia
de lluvias fraudulentas
anegando las pozas donde dicen dormir
Acaso mienten
Les falta agua para el viaje
las cantimploras del recuerdo
con que los convertimos en estampas
de las que no salen más
Son la orilla contenida de la resignación
por vida pagan vida
un escaso salario sin futuro
Los muertos tienen sed
Nunca pasan dos veces por la misma experiencia
por temor a la seca que los transforma en polvo
Gustosos abandonan a esta especie
que los sigue regando de memoria. 

A Philip José Farmer



de Las puertas de Tannhäuser - Ediciones El mono armado - Buenos Aires - 2011

miércoles, 19 de octubre de 2011

MACKY CORBALÁN (CUTRAL-CO, PROVINCIA DE NEUQUÉN, 1963)



El faro


Todas la ventanas de esta noche
están a oscuras;
todas menos una,
donde el dolor arde,
en colores de infierno,
y espera.


Padre



Fuerte,sonriente,con árboles
en segundo plano.Pareciera que
mueve la mano,queriendo decir :¡ya
vas a ver!Pero,no puede alcanzarme.
Está detenido en esa foto.
Y morirá muy pronto.


Muerte


Sueño en el que
las ovejas saltan
y saltan
y saltan


de Inferno,Libros de Tierra Firme,Buenos Aires,1999.

domingo, 2 de octubre de 2011

GUILLERMO PILÍA (LA PLATA,PROVINCIA DE BUENOS AIRES,1958)



Las cruces

Cuando era niño, mi madre me hacía con la tijera una cruz en las uñas, para que no se me encarnasen. Y antes de apagar la luz siempre rezaba, con la mano apoyada sobre mi frente. Nunca supe qué oraciones decía, ni a quién me encomendaba, pero yo ya comprendía que hay palabras ocultas, que hay palabras y hay gestos y hay historias que es mejor ignorar. Y qué largos eran, Señor,  aquellos días secretos, aquellas noches de pasos extraños, cuando mis uñas, mi cuerpo, crecían sin conciencia…

En cada uña mi madre me hacía con la tijera una cruz, para que no se me encarnasen. Y así he llevado, también de grande, el alma marcada con otras cruces invisibles: igual que si la carne fuese un mal, la ignorancia una dicha.

El viaje sentimental

En reunión de familia, el niño escucha hablar de Europa. Han vuelto de un largo viaje unos parientes lejanos, se pasan fotos, se despliegan periódicos. Madrid tintinea en su oído como moneda en la taza de un ciego, como organillo de Galdós. Sopla viento en el Sena, en Nôtre Dame no está Esmeralda. Tras los palacios italianos, hay un cielo como un paño de bandera —celeste y tenso— que lo llena de melancolía. En la reunión se come, se bebe, se ríe. El niño sueña con ese mundo que aprendió a amar en los libros. Mañana crecerá, y el recuerdo de ese instante irá con él por siempre: oscuro como el agua veneciana o luminoso como la arena de Las Ventas. Nadie sabrá nunca que esa noche casual alimentará por años sus fantasías; que su imaginación repondrá lo que entonces no se dijo;  que en los viajes del cuerpo —que tendrá ocasión de hacer— buscará, sin conseguirlo, el mismo cielo, la misma brisa, la misma luz; que tratará en vano de revivir —en los viajes del alma— esa soleada tristeza: la del niño que apuntaba a escritor.

Introducción al canto

Vuelvo a apagar la luz, y no sé qué sonidos retornan desde adentro: el chirrido de una ventana que batía, los pasos de un hombre entre la niebla, las sirenas o el llanto de esos trenes, que marchaban hacia los países del humo…

¿Era yo el que escuchaba, eran acaso memorias de otras vidas? ¿Eran materia de la que un dolor sacase el papel en el que, ya adulto, escribiría, las sábanas del amor, la avena de la locura?

Yo sólo sé que el aire de esas noches se refrescaba en la albahaca, que un farol oscilaba en cierta esquina, que un ángel marcaba con agua y cal cada puerta. Y que alguno de estos versos quizá estuvo en la boca de un borracho o de un mendigo que ayer cantaba sin música.