Las cruces
Cuando era niño, mi madre me hacía con la tijera una cruz en las uñas, para que no se me encarnasen. Y antes de apagar la luz siempre rezaba, con la mano apoyada sobre mi frente. Nunca supe qué oraciones decía, ni a quién me encomendaba, pero yo ya comprendía que hay palabras ocultas, que hay palabras y hay gestos y hay historias que es mejor ignorar. Y qué largos eran, Señor, aquellos días secretos, aquellas noches de pasos extraños, cuando mis uñas, mi cuerpo, crecían sin conciencia…
En cada uña mi madre me hacía con la tijera una cruz, para que no se me encarnasen. Y así he llevado, también de grande, el alma marcada con otras cruces invisibles: igual que si la carne fuese un mal, la ignorancia una dicha.
El viaje sentimental
En reunión de familia, el niño escucha hablar de Europa. Han vuelto de un largo viaje unos parientes lejanos, se pasan fotos, se despliegan periódicos. Madrid tintinea en su oído como moneda en la taza de un ciego, como organillo de Galdós. Sopla viento en el Sena, en Nôtre Dame no está Esmeralda. Tras los palacios italianos, hay un cielo como un paño de bandera —celeste y tenso— que lo llena de melancolía. En la reunión se come, se bebe, se ríe. El niño sueña con ese mundo que aprendió a amar en los libros. Mañana crecerá, y el recuerdo de ese instante irá con él por siempre: oscuro como el agua veneciana o luminoso como la arena de Las Ventas. Nadie sabrá nunca que esa noche casual alimentará por años sus fantasías; que su imaginación repondrá lo que entonces no se dijo; que en los viajes del cuerpo —que tendrá ocasión de hacer— buscará, sin conseguirlo, el mismo cielo, la misma brisa, la misma luz; que tratará en vano de revivir —en los viajes del alma— esa soleada tristeza: la del niño que apuntaba a escritor.
Introducción al canto
Vuelvo a apagar la luz, y no sé qué sonidos retornan desde adentro: el chirrido de una ventana que batía, los pasos de un hombre entre la niebla, las sirenas o el llanto de esos trenes, que marchaban hacia los países del humo…
¿Era yo el que escuchaba, eran acaso memorias de otras vidas? ¿Eran materia de la que un dolor sacase el papel en el que, ya adulto, escribiría, las sábanas del amor, la avena de la locura?
Yo sólo sé que el aire de esas noches se refrescaba en la albahaca, que un farol oscilaba en cierta esquina, que un ángel marcaba con agua y cal cada puerta. Y que alguno de estos versos quizá estuvo en la boca de un borracho o de un mendigo que ayer cantaba sin música.
Me nace expresar cierta frase hecha que muchas veces suele sonar a hipocresía (depende de quién sepa "escuchar" el significado oculto que contiene). A veces, cuando encuentro en ciertas personas, ciertas palabras, e intuyo en ciertas almas tanta belleza, no puedo más que caer en esas dos palabras aparentemente vacías: sin palabras...
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