A Adriana Belvedere
Llego a casa.Estás en el suelo. Mientras te levanto me viene a la cabeza aquella vieja película de Sansón.
Lucías, Lucía, un vestido floreado.Tus uñas estaban pintadas con el tono de esas flores.Y el templo caía.
Te siento,te pongo un abrigo.Te paro;se hace tarde.
Caminamos con dificultad de siameses hacia el auto.
Abro la puerta y te siento.Quisiera tener el pelo largo como antes.Arrancamos.Recuerdo cuando me lo cortabas mientras lloraba rabioso,cada vez más débil.
Llegamos.Alguien nos alcanza una silla de ruedas.
Te levanto y te siento.Te siento.Esperamos.Nos atienden.
Hay que seguir ese pasillo y tomar el ascensor - siempre hay que seguir-.Te levanto y te acuesto en una camilla.
La máquina se mueve y hace extraños sonidos.
Vuelvo a levantare y a sentarte.
Tus milanesas fueron y serán, únicas. Iba a decirte esto,pero no digo nada.
Una fractura. Tenés una fractura en algún lugar,parece.
No necesita operación.Se cura sola,dijo el traumatólogo.
Pero yo no sé. Hace ya mucho tiempo que no sé.
Salimos.Te levanto y te siento.Vuelvo a hacer lo mismo hasta que regresamos a esa casa
que ya no es nuestro hogar.
te beso y me voy.
Acelero como si despegara un cohete.
Un ojo rojo me detiene.
Miro los álamos al costado del camino.
Un tren pasa detrás
aullando como un viejo lobo.
A Carlos Aprea
Estás deshidratada,me dicen.
Al lado de tu cama un fierro de esos
que sostienen al suero,pero sin suero,
está cuidándote.
Te riego como si fueras una planta.
¿Te acordás - me decís entre dientes-
aquel día en que viniste a casa con tu bolso
y no parabas de llorar?
- Sí,cómo olvidarlo. Puse mucho de mí
para salir de eso.De lo contrario tu ayuda
no hubiera servido para nada.
¿Pero,qué está poniendo vos, ahora?
Cuando arranco miro los árboles de la cuadra.
Verdes,muy verdes,sacudiéndose en el frío.
Ellos sí que saben arreglárselas.
La vida es tan sencilla,tan elemental,
tan poderosa en su pulsión.
Pulsión. Esa es la palabra que debería
haber colgado de ese fierro
para que se quede ahí con vos
todo lo que dure este domingo.
A Héctor Berenguer
El jacarandá que un día me diste
ya tienen más de seis metros de alto.
¿Te acordás que era una plantita
de no más de diez centímetros?
No recuerdo muy bien cuántos años
hace de ese día en que vos, sonriendo,
lo pusiste entre mis manos.Pero me
acuerdo de que esa fue tu última sonrisa.
Un día voy a llevarte a casa
para que lo veas.Quizá en noviembre,
o diciembre,cuando se pone más lindo.
Vamos a mirar hacia arriba,los dos juntos.
Yo te voy a ayudar a mirar hacia arriba.
Y vas a verlo acunándose como un niño
en el regazo de una pollera celeste.
Porque por algo fue que me diste
aquel jacarandá aquella vez.Algo que aún
no alcanzo a comprender bien del todo.
Solamente he aprendido que la belleza,
algún día,cae.Se va.Y que la flor fecundada
en esta especie,se torna dura;muy dura.
Como una boca semiabierta,reseca;
que no sabe muy bien qué decir.
Pero un día de estos,voy a traerte, mamá,
para que veas la inmensidad de lo que hiciste,
casi sin querer.
Allá arriba,buscando el sol,
está tu árbol,ahora.
de Lucía sin luz,Ediciones El Mono Armado,Buenos Aires,2016
ay!
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