Karate
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Mi primer profesor de karate no importa:
terminaba la clase más temprano para irse a ver telenovelas. Ahora está durmiendo, durmiendo en la colina. El segundo era italiano, un cabrón. En el comedor de su casa colgaba la foto de un maestro japonés vigilando con mirada japonesa los almuerzos familiares. Ahora está durmiendo, durmiendo en la colina pero entonces impartía lecciones de honor: Karate es control. Paciencia. Resistencia a las tentaciones. La vista de acero. Un martes no vino a la clase, y poco después se supo que había disparado a su mujer, que tenía cáncer, para llevarse luego el 38 a la boca; el Renault quedó parpadeando al borde de la ruta toda la noche, y a la otra semana un nuevo profesor lo reemplazó, un tal Fabiola, que se tomaba el trabajo a la ligera, y dejé de ir. |
LAS HADAS ROBAN LO QUE TRAJE
Hace 6 años
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