La huella de Robinson
En el ojo demencial de la luna.
En los huecos del aire.
En el erotismo de la flor del saúco, cuando abre.
En el eco de la rotación,
inaudible para nosotros pero
atronador para los oídos del cosmos,
de este lugar que llamamos mundo.
En el insecto.
En las llamaradas del crepúsculo.
En el paraguas arrasado por el viento.
En el polvo garrafal de las matanzas.
En el sudor que atraviesa el pan de la frente.
En la cuna incendiada de los remordimientos.
En el diente partido por el hambre. O en el labio, por la
sed.
En el timbre que anuncia el final de las cosas.
En la mentira de la felicidad.
En el animal sorprendente que acecha en el silencio.
En el ademán tardío y aquello que se aleja.
En la insoportable fragilidad de los pájaros.
En las campanadas de la vanidad.
En Dios, humillado y sus renuncias.
En la opacidad del vino que traga el olvidado.
En el grito sin lengua.
Así busca el poeta. Despojado.
Como Robinson
intentando adivinar su olvidado rostro
en el caparazón de una tortuga.
Taller de
madrugada
La poesía es una catedral morada por lobos,
erigida en el desierto, entre el abismo y la
furia.
Es el ojo bestial que atraviesa templos y
mercados.
Es en éste orden: atalaya, usina y alambique.
La poesía es la quinta pata de todas las cosas.
Tiene largas piernas de watussi con las que
recorre, inagotable,
las cornisas del planeta.
Tiene lengua de dragón, para palpar -aún en la
más grande oscuridad-
la miel en la boca de la sunamita.
Pero tiene también un rumor oceánico para
hundir cárcel o neblina
u otras dictaduras.
La poesía es el oso polar que alienta el
blanco.
Es un caballo de alcohol,
que cruza –infatigable- por un país de zinc.
La poesía es la quinta pata
de todas las cosas.
La lluvia y los milagros
En su infinidad cae la lluvia.
En espléndida metralla.
En insectos de plata que saltan del panal roto
del aire.
En órbitas suicidas.
Cae la lluvia sobre el sueño de los lagartos.
Sobre el maderamen de los puertos abandonados.
Sobre las mariposas ciegas del crepúsculo.
Sobre el pan de las guitarras.
Fumamos y fumamos aún bajo el diluvio
y el guerrero que sopla en los pulmones
se nos apaga lentamente.
Sin embargo, avanzamos.
Dentro,
todos llevamos una selva.
La lluvia la ilumina.
Los
trabajos de la noche
Sobre los tejados.
Sobre los gatos que copulan en los tejados.
Sobre la boca y esa mano que sofoca el llanto.
Sobre los huesos del que martilla el hambre.
Sobre el insulto y el golpe.
Sobre los cuerpos que se retuercen y aman.
Sobre la espalda del que rema en el engaño.
Sobre el himno de gloria de los ebrios o su
derribo.
Sobre el orín del sentenciado en el zapato del verdugo.
Sobre la fiebre de quien batalla en los
papeles.
Sobre la tiranía de los abandonos.
Sobre el ladrón de canillas y sus mínimas
audacias.
Sobre el brillo ilusorio de los burdeles.
Sobre los barrotes y el que los maldice.
Sobre las uñas partidas.
Sobre el perro que apura su sed en la lágrima
de la oscuridad.
Sobre la frente del que se arrodilla ante el
hallazgo.
Sobre la soledad y sus baldíos.
Sobre la ciudad
crece
la luna con sus guantes amarillos;
crece
la luna con su máquina de plata;
crece
la luna y en el silencio,
escribe.
del libro inédito UN CABALLO CON UNA OREJA AZUL , 2012
Excelente poetica la de Hugo. Vislumbra, alumbra solemne y febrilmente...
ResponderEliminarGracias por estos poemas.
Ev Arroyo