sábado, 9 de enero de 2010

OSVALDO PICARDO (MAR DEL PLATA,1955)

EL ARTE DE LA PESCA



a Ettore, il mio amico




En la escollera, las cañas anuncian


algo siempre inminente. La espera


del pescador sucede al primer pez.


Parece mentira, pero


lo que ya sucedió es lo que se espera,


aunque no vuelva a suceder.






La metáfora nos tienta y te preguntás


si no será una exageración que cada acto


de nuestras vidas signifique algo más


que lo que pasa. Las cosas están ahí


y el dedo que las muestra no es “las cosas”. 






Tironea debajo y se resiste una corvina


de esas que pesan más en las manos


del pescador que en la balanza.


Se sabe que es corvina antes de que salga,


hasta antes de que elijamos la carnada.






Luego, puede repetirse el truco,


el anzuelo, la tanza, la plomada.






Pero el pez no vuelve a picar


y tal vez no vuelva a hacerlo.






Con esa incertidumbre, se prende el farol


y miramos cómo oscurece.














EL IGNORANTE






Nunca sabremos realmente por qué


hemos vivido. No alcanzan las palabras.






Sobre el mismo mar se levanta el sol.


Ante el mismo mar


un mediodía, alguien se para en la costa


y mira. Sólo eso y nada dice. ¿Qué espera ver?






Mirar no es ver sólo esto que se muestra,


ni siquiera lo que existe. Las olas hablan


de regresos largamente olvidados,


a veces sin que nadie haya partido.






Una gaviota y un poste de luz parecen


ser el centro del universo. A su alrededor


la circunferencia de tu ignorancia


es como ese pescador y su caña,


una eternidad demasiado larga.






Hubo muchas veces en que creíste


haber nacido para algo. Fue esa fe


la que te empujó a decisiones definitivas.


Pero el resto lo decidió






un puro instinto de felicidad


acontecido para ser superado.










ERROR DE CÁLCULO






Este jardín quedó abandonado,


incompleto e incomprensible


como una mentira que se olvida.






Jugabas ahí con la codiciosa hormiga,


con sus veredas cavadas llevando


a la espalda el peso de un elefante.






Lo que en su lugar dejó nada


puede llenarlo, aunque pensés


que bien pudiera no haber existido.






El rosal, la camelia y el espectáculo


de los misteriosos tomates,


el pulgón y la paciencia de la araña.






No sentías la fiebre cercana,


el absceso que la vejez prometía.


Un granito de arena en la uretra,






una arruga, una carie, un silencio


en medio de una charla y por último,


un bisturí contra el cáncer.






La distancia en sí misma


entre lo que fue y es toda una vida


parece un error de cálculo:






el trazo recto de una voluntad


con su centro en todas partes


y su circunferencia en ninguna.






Tus esfuerzos fueron inútiles


y lo único cierto fue lo que no tuviste.


De este cúmulo de dudas, exaltaciones






y desánimos ante lo hecho, inmodificable,


un alivio te queda al menos: una línea


escrita con el corazón,






una intimidad cumplida.


de Pasiones de la línea, Ediciones en danza, Buenos Aires, 2008

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