Inicio la exploración del área delimitada.
Encuentro una cafetera enlosada marrón, cubierta de polvo. Está colgada en el alambre tejido que separa el jardín de la zona de las gallinas y la zona de los zapallitos. No se la ve muy deteriorada, pero en la base encuentro un pequeño orificio.
Existe un momento crítico para las fuentes, cafeteras o pavas de este material, y es el de su primera caída, cuando por algún descuido se nos resbalan de las manos acaso mojadas luego de haberlos lavado.En el choque con el piso, se salta una partecita del enlosado y el interior de metal queda al descubierto. Nada detendrá la oxidación que por allí avanza, combustión fría que se manifiesta como manchas anaranjadas, de una voracidad lenta y continua. Cada lavado del recipiente elimina el óxido. Cautelosos,lo secamos bien,sobre todo en la parte herida y nos damos por satisfechos.
Sin embargo, la mancha reaparece, acaso por la misma humedad del ambiente, tan invisible como un virus, y no se detendrá hasta comer toda la delgada capa de hierro fundido y dejar, en los casos ya terminales,un pequeño orificio abierto de lado a lado. Entonces nos damos cuenta, pero ya es demasiado tarde: aquel momento cuando se nos resbaló de las manos supuso el principio del final; en la primera caída ya está la última, esa que lo arroja definitivamente al rincón de los trastos inservibles.
He visto que a algunas fuentes intentaron salvarlas taponando el orificio con soldadura de bronce. Ellas vuelven al uso, pero a un uso si se quiere disminuido, restringido sólo a la intimidad de la comida familiar. A poco de terminar el guiso de papas y de repasar el fondo con un pedazo de pan, emergen los estigmas de un accidente irreversible, un abultamiento dorado como un pequeño tumor. Se ha vuelto impresentable.
Esta cafetera marrón no se benefició de semejante tratamiento ortopédico. El agujero posiblemente no sería más grande que la cabeza de un alfiler, pero suficiente para filtrar en la mesa un charquito de café.
Y ahora en medio de la lluvia, el sol y las heladas, el óxido continúa su digestión sin que nada lo detenga, tomando cada vez más porciones de metal hasta volverlas delgadas, ínfimas, finalmente invisibles, cáncer inmaterial por donde se cuelan partículas de polvillo. El agujero ya tienen un diámetro 3 o 4 milímetros.
Agarro la cafetera por su manija e inspecciono el interior contra el sol de la tarde; un rayo de luz se filtra desde su fondo y proyecta un círculo dorado que se deshace entre los yuyos, rodeado por un cono de sombra.
Entonces decido elevar el recipiente encima de mi cabeza, hasta ocultar el sol.
Se produce un eclipse de rostro.
En el fondo oscuro de la cafetera veo que aparece una estrella incandescente. El mismo rayo de luz que se proyectaba entre las hojitas se hunde en mi ojo derecho. Creo que podría deshacerlo.
(Una función se descubre mirando con insistencia un objeto hasta que el ojo segregue un liquido caliente y aromático).
- Cuadernos de lengua y literatura Vol. VI: Crítica de la imaginación pura (2011).
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