domingo, 17 de agosto de 2014

JUAN ARABIA (BUENOS AIRES,1983)





Develar





Develarle al hombre

que los ángeles no están en el cielo,

sino debajo, en lo más profundo de la tierra.

Develarle, también,

que ya experimentó la eternidad y la muerte;

y que todo es posible,

mientras exista la convicción y el argumento.

Develarle que un pez en el agua

vale tanto como un ave en el cielo,

y como un niño que camina solo, indefenso.

Develarle que beber vino,

no es sino anhelar nuevas cosas;

que el sapo y el lagarto le huyen,

pero no lo respetan.

Que el cielo es celeste,

aunque sólo eventualmente.

Que su sombra no es sino el reflejo adverso de su alma.

Develarle al hombre que aquél que lo comprende,

se transforma en su amo;

y que los Evangelios Apócrifos

son tan falsos como la verdad y la mentira.

Develarle que en la ciudad

se aleja insistentemente de sí mismo;

y que aquél a quien más teme, es sólo él y nadie más.

Develarle que el mar

será un sinónimo de literatura;

y que un ejemplo

no es sino una metáfora cotidiana.

Develarle que el aire no puede sostener la hoja

Que tiembla y cae junto al árbol;

y que extrañar es la forma

más desinteresada de querer.

Develarle al hombre que no hay viaje más grato que el del tren,

y que la mañana es la primera y última puerta del día.

Develarle también que aquello de lo que escapa

no se encuentra en su camino;

y que sus pensamientos

son sólo una vaga e inútil extensión de lo que siente.

Develarle que una poesía crea,

que una ley destruye,

y que lo único que permanece en la quietud es su mirada.





Soy el que mira al cielo y a la tierra


Soy el que mira al cielo y a la tierra.
Soy el universo.
El que baja hasta la orilla del lago
Y enciende las hierbas secas.



La explicación es una bajeza,
El esclarecimiento la humillación.
Porque el aire es como los otros:
La memoria del hombre, en sí misma.



Soy el que escucha a los árboles
Y sus cabellos de inmenso día.
El que brota en el silencio de la superficie
Y deja firme su idea.



Estoy hecho de palabras; soy el que canta.
Estoy hecho de materia; soy el que inventa.
No siento temor por la verdad:
Soy el que vive, soy el poeta.




Y el que permanece en amor



Y el que permanece en amor, permanece en Dios, o sin él.
No hay todavía una criatura viva que no haya sido ni buena ni mala.
Defensor de la verdad, Rimbaud trenzó en el cielo su estadía.
Mientras dormía: la brasa de lo que comíamos ayer.
Voy a ir a Charleville con plata prestada desde el cielo.

Matar al individuo, a la experiencia... Soltar una lágrima.
Disimularla.
Vivir en la hermandad del silencio… Perpetuo.
Quiero escribir con el corazón, y olvidar lo que estoy haciendo.
Quiero escribir como el aire es en el mundo.
El océano es avaro, decía el que multiplicó la ciencia

y la acorraló en una ventana iluminada por el sol:
haciendo explotar los conductos que unen la ballena con el cielo.
Más tarde, la corona no alcanzó la montaña:
y guiñaron el ojo con la complicidad de un padre.
No fueron sus amigos quienes traicionaron

—una o dos ideas despiertas— la mañana.

Siempre existe una metáfora que se parece más al propietario de la tierra:
encerrar al animal, dejarlo comer y beber;
no sólo para que reproduzca su piel:
el campo es verde, y dice de qué color es el verde...

Despertando sueños como lo ya vivido.
Comiendo con las puertas cerradas, mucho antes de aprender a cazar.
Cada uno de los vértices esconde una parte del refugio, del cielo, del campo, de la ciudad.
El ladrillo nació del carbón, mezclado con fuego.
El oro es el invento de unos pocos.

Charleville-Mézières, 2014.



del libro inédito El enemigo de los Thirties

 



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