Las manos del grillero
¿Son acaso tus manos más dignas
para cerrar el grillete en el tobillo del ilota?
Tu esclarecido abolengo te permite el gusto
de ser quien rompe la tierra, el que forma,
con las uñas o los cabellos, los caminos hacia el tablado.
¿Pero no ves, acaso, las sangrantes rodillas del grillero
sosteniendo su cuerpo todo mientras con sus manos rodea
las mismas muñecas que en la aldea le fueron amadas?
Imperio.
A ti te quedan vivos los vestidos y las jaulillas,
y al miserable una parodia del Gólgota,
que de río en mar corre como la esclava
liberada durante sus sueños más rebeldes.
Lo que no cae
Tu cuerpo será el que caiga.
Empezará a derribarse como un fanal que en los puertos se cede,
y los que fueron seguidores de tu rúbrica noctívaga empezarán a
alejarse,
insaciables bastimentos que no buscaban en ti la rompiente.
Tu cabeza empezará a vaciarse, como una estepa amordazada por el sol,
y los que fueron lobos en tu profundidad, morderán el barro,
arrastrarán sus hocicos hacia
fuera, y buscarán carne en los festivales.
Tus ojos señalarán la tierra, la marcarán con agujas, volviéndose
a las horas en que tus ojos eran la tierra, tus pestañas las raíces,
y se vaciarán en tus mismas ramas los mismos nidos que guardaban la
locura,
y ahora se secan de inapetencia.
Cuando caigas, creerás que aún eres perpetuo, porque en letras te dibuja
el ausente que no te buscó sino en recuerdos,
pero desconoces que en realidad mueres, mueres realmente,
y solo te aferras a los escombros que quedan,
mientras te siguen lapidando con la lealtad de una segadera,
mientras te siguen sofocando con signos hasta por el celo abandonados.
Tu cuerpo será el que caiga
y yo seré quien lo escriba.
Un suicida cualquiera
A
morir llama la vida,
abren
capullos en Oriente con el sol de espaldas,
mallaeöllus,
y mi espalda
sabe
que sobre ella se han jugado malas cartas, marcadas,
usando
como distracción a la bonita mesera que traía la cerveza.
Durante
el verano, el recuerdo de un nemoral raya
con
oro un brazo caído del sol,
y
ella me explica que juega con la última mariposa,
y
le digo que amor no sabe jugar,
le
pido que lo olvide,
pero
su dedo tendrá un ojo siempre en el bosque,
se
convertirá en piedra,
y
solo la locura del viento podrá cambiar su belleza.
No
he sido nada, ni lo seré,
moriré
sabiéndolo.
En
los extremos de mi yugo, a través de las gamellas,
se
refleja un duplo espejo con un tercer llanto
esquinado
hacia la desolación septentrional
donde
me aguardan, solo y solamente, días de hulla y de hierro.
Fábulas
de miseria y carneado orgullo,
solo
he tratado de explicarte
que
al llamado
lo llama uno.
del libro inédito El nido renunciado
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